Pensé que nunca iba a poder olvidarla. Sus rasgos habían quedado grabados en mí como nunca había sucedido con otra persona. Su voz, sus gestos, su belleza y hasta su histeria se habían metido en mi ropero y en mis canciones. La vida parecía que no podía continuar, pero de algún modo mágico continuó.
La había conocido una noche en la que no tenía pensado conocerla y como todo lo que no se planea, puede ser maravilloso. De hecho lo fue. Y aunque en un momento dejó de serlo, esa historia quedará para el final. Por ahora, lo que corresponde es explicar el porqué de lo maravilloso.
La noche en que la conocí la sentí preciosa, angelical… Sus ojos parecían los de un ave caída del cielo, de esas que se quedan por un rato habitando la tierra, como si no pertenecieran a este mundo, como si el cielo fuera un lugar separado del planeta. Así la percibí cuando intenté acercarme para invitarla a bailar. Algunos pasos de baile desafortunados y algún que otro beso sin demasiado compromiso fue lo que nos unió esa noche.
Habían pasado 3 años cuando nos volvimos a encontrar. Me dijo que no tomaba mate y me invitó a su casa a tomar una gaseosa que no me gustó. Me invitó con galletitas y charlamos de la vida. Volví a mi casa pensando en que me iba a gustar estar con ella. Con el correr de los días, las conversaciones electrónicas nos acercaron un poco más. Hablábamos como si nos conociéramos de toda la vida y eso hizo que nos conectáramos personalmente. A ella le gustaba saber de mí más que a mí de ella, en realidad.
Pronto todo fue siguiendo el curso normal de dos personas que se buscan y una de esas noches terminamos durmiendo juntos. Ella tenía miedo de lo que podría pasar. Yo, un poco confundido con el momento, decidí besarla. Sentí que se había roto algo entre nosotros. Se había hecho real. Aún siento que fue un sueño, la fuga de la realidad. Nunca me había sentido así, algo en mí había cambiado, como la primera vez que escuché a los Beatles, como la primera vez que leí un libro completo y entendí su argumento.
Nuestra relación fue tan corta como intensa, fuimos como dos seres fundidos en uno. Nos queríamos, pero no éramos para nosotros. Y aquí me toca contar la parte del momento en que todo dejó de ser maravilloso. Alegó que todo había sido una confusión. Ella me quería, pero lo nuestro no podía ser. Ella me necesitaba, pero lo nuestro no podía ser. Ella quería estar conmigo, pero lo nuestro no podía ser.
Entre idas y vueltas, todo terminó. A veces, el orgullo propio puede más. El orgullo, a veces, es necesario para poder seguir respirando por nuestra cuenta. Al fin y al cabo, nacemos y morimos solos. Todo fue real, más de lo que esperaba. Algunas heridas parecen que no cierran, pero en un momento dado, nuestras neuronas ayudan a que el corazón tome conciencia. Todo lo que había sido maravilloso, dejó de serlo; pero con el tiempo eso también caducó.
Pensé que nunca iba a poder olvidarla. Nunca más volví a verla.