Escritos Circulares

Prensa Independiente. Difundir Es La Tarea

Música Independiente

Diferentes artistas independientes de Chile, Argentina, Colombia, México, Venezuela, Perú, España, Ecuador, Brasil y Uruguay.

Literatura

En nuestra sección Literatura encontrarás no sólo a los mejores autores clásicos sino también a los escritores amateurs.

Cine

Reseñas de películas y cortometrajes en nuestra sección dedicada al cine.

Recomendado del viernes

Todos los viernes te recomendamos un disco, un libro o una película para que disfrutes el fin de semana.

martes, 30 de abril de 2013

Cuento: Dos palabras (Isabel Allende)

Tenía el nombre de Belisa Crepusculario, pero no por fe de bautismo o acierto de su madre, sino porque ella misma lo buscó hasta encontrarlo y se vistió con él. Su oficio era vender palabras. Recorría el país, desde las regiones más altas y frías hasta las costas calientes, instalándose en las ferias y en los mercados, donde montaba cuatro palos con un toldo de lienzo, bajo el cual se protegía del sol y de la lluvia para atender a su clientela. No necesitaba pregonar su mercadería, porque de tanto caminar por aquí y por allí, todos la conocían. Había quienes la aguardaban de un año para otro, y cuando aparecía por la aldea con su atado bajo el brazo hacían cola frente a su tenderete. Vendía a precios justos. Por cinco centavos entregaba versos de memoria, por siete mejoraba la calidad de los sueños, por nueve escribía cartas de enamorados, por doce inventaba insultos para enemigos irreconciliables. También vendía cuentos, pero no eran cuentos de fantasía, sino largas historias verdaderas que recitaba de corrido sin saltarse nada. Así llevaba las nuevas de un pueblo a otro. La gente le pagaba por agregar una o dos líneas: nació un niño, murió fulano, se casaron nuestros hijos, se quemaron las cosechas. En cada lugar se juntaba una pequeña multitud a su alrededor para oírla cuando comenzaba a hablar y así se enteraban de las vidas de otros, de los parientes lejanos, de los pormenores de la Guerra Civil. A quien le comprara cincuenta centavos, ella le regalaba una palabra secreta para espantar la melancolía. No era la misma para todos, por supuesto, porque eso habría sido un engaño colectivo. Cada uno recibía la suya con la certeza de que nadie más la empleaba para ese fin en el universo y más allá. 

Belisa Crepusculario había nacido en una familia tan mísera, que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos. Vino al mundo y creció en la región más inhóspita, donde algunos años las lluvias se convierten en avalanchas de agua que se llevan todo, y en otros no cae ni una gota del cielo, el sol se agranda hasta ocupar el Horizonte entero y el mundo se convierte en un desierto. Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga de siglos. Durante una interminable sequía le tocó enterrar a cuatro hermanos menores y cuando comprendió que llegaba su turno, decidió echar a andar por las l1anuras en dirección al mar, a ver si en el viaje lograba burlar a la muerte. La tierra estaba erosionada, partida en profundas grietas, sembrada de piedras, fósiles de árboles y de arbustos espinudos, esqueletos le animales blanqueados por el calor. De vez en cuando tropezaba con familias que, como ella, iban hacia el sur siguiendo el espejismo del agua. Algunos habían iniciado la marcha llevando sus pertenencias al hombro o en carretillas, pero apenas podían mover sus propios huesos y a poco andar debían abandonar sus cosas. Se arrastraban penosamente, con la piel convertida en cuero de lagarto y sus ojos quemados por la reverberación de la luz. Belisa los saludaba con un gesto al pasar, pero no se detenía, porque no podía gastar sus fuerzas en ejercicios de compasión. Muchos cayeron por el camino, pero ella era tan tozuda que consiguió atravesar el infierno y arribó por fin a los primeros manantiales, finos hilos de agua, casi invisibles, que alimentaban una vegetación raquítica, y que más adelante se convertían en riachuelos y esteros. 



Belisa Crepusculario salvó la vida y además descubrió por casualidad la escritura. Al llegar a una aldea en las proximidades de la costa, el viento colocó a sus pies una hoja de periódico. Ella tomó aquel papel amarillo y quebradizo y estuvo largo rato observándolo sin adivinar su uso, hasta que la curiosidad pudo rnás que su timidez. Se acercó a un hombre que lavaba un caballo en el mismo charco turbio donde ella saciara su sed. 

--¿Qué es esto?--preguntó. 

--La página deportiva del periódico--replicó el hombre sin dar muestras de asombro ante su ignorancia. 

La respuesta dejó atónita a la muchacha, pero no quiso parecer descarada y se limitó a inquirir el significado de las patitas de mosca dibujadas sobre el papel. 

--Son palabras, niña. Allí dice que Fulgencio Barba noqueó al Nero Tiznao en el tercer round. 

Ese día Belisa Crepusculario se enteró que las palabras andan sueltas sin dueño y cualquiera con un poco de maña puede apoderárselas para comerciar con ellas. Consideró su situación y concluyó que aparte de prostituirse o emplearse como sirvienta en las cocinas de los ricos, eran pocas las ocupaciones que podía desempeñar. Vender palabras le pareció una alternativa decente. A partir de ese momento ejerció esa profesión y nunca le interesó otra. Al principio ofrecía su mercancía sin sospechar que las palabras podían también escribirse fuera de los periódicos. Cuando lo supo calculó las infinitas proyecciones de su negocio, con sus ahorros le pagó veinte pesos a un cura para que le enseñara a leer y escribir y con los tres que le sobraron se compró un diccionario. Lo revisó desde la A hasta la Z y luego lo lanzó al mar, porque no era su intención estafar a los clientes con palabras envasadas. 

Varios años después, en una mañana de agosto, se encontraba Belisa Crepusculario en el centro de una plaza, sentada bajo su toldo vendiendo argumentos de justicia a un viejo que solicitaba su pensión desde hacía diecisiete años. Era día de mercado y había mucho bullicio a su alrededor. Se escucharon de pronto galopes y gritos, ella levantó los ojos de la escritura y vio primero una nube de polvo y enseguida un grupo de jinetes que irrumpió en el lugar. Se trataba de los hombres del Coronel, que venían al mando del Mulato, un gigante conocido en toda la zona por la rapidez de su cuchillo y la lealtad hacia su jefe. Ambos, el Coronel y el Mulato, habían pasado sus vidas ocupados en la Guerra Civil y sus nombres estaban irremisiblemente unidos al estropicio y la calamidad. Los guerreros entraron al pueblo como un rebaño en estampida, envueltos en ruido, bañados de sudor y dejando a su paso un espanto de huracán. Salieron volando las gallinas, dispararon a perderse los perros, corrieron las mujeres con sus hijos y no quedó en el sitio del mercado otra alma viviente que Belisa Crepusculario, quien no había visto jamás al Mulato y por lo mismo le extrañó que se dirigiera a ella. 

--A ti te busco--le gritó señalándola con su látigo enrollado y antes que terminara de decirlo, dos hombres cayeron encima de la mujer atropellando el toldo y rompiendo el tintero, la ataron de pies y manos y la colocaron atravesada como un bulto de marinero sobre la grupa de la bestia del Mulato. Emprendieron galope en dirección a las colinas. 

Horas más tarde, cuando Belisa Crepusculario estaba a punto de morir con el corazón convertido en arena por las sacudidas del caballo, sintió que se detenían y cuatro manos poderosas la depositaban en tierra. Intentó ponerse de pie y levantar la cabeza con dignidad, pero le fallaron las fuerzas y se desplomó con un suspiro, hundiéndose en un sueño ofuscado. Despertó varias horas después con el murmullo de la noche en el campo, pero no tuvo tiempo de descifrar esos sonidos, porque al abrir los ojos se encontró ante la mirada impaciente del Mulato, arrodillado a su lado. 

--Por fin despiertas, mujer--dijo alcanzándole su cantimplora para que bebiera un sorbo de aguardiente con pólvora y acabara de recuperar la vida. 

Ella quiso saber la causa de tanto maltrato y él le explicó que el Coronel necesitaba sus servicios. Le permitió mojarse la cara y enseguida la llevó a un extremo del campamento, donde el hombre más temido del país reposaba en una hamaca colgada entre dos árboles. Ella no pudo verle el rostro, porque tenía encima la sombra incierta del follaje y la sombra imborrable de muchos años viviendo como un bandido, pero imaginó que debía ser de expresión perdularia si su gigantesco ayudante se dirigía a él con tanta humildad. Le sorprendió su voz, suave y bien modulada como la de un profesor. 

--¿Eres la que vende palabras?--preguntó. 

--Para servirte--balbuceó ella oteando en la penumbra para verlo mejor. 

El Coronel se puso de pie y la luz de la antorcha que llevaba el Mulato le dio de frente. La mujer vio su piel oscura y sus fieros ojos de puma y supo al punto que estaba frente al hombre más solo de este mundo. 

--Quiero ser Presidente—dijo él. 

Estaba cansado de recorrer esa tierra maldita en guerras inútiles y derrotas que ningún subterfugio podía transformar en victorias. Llevaba muchos años, durmiendo a la intemperie, picado de mosquitos, alimentándose de iguanas y sopa de culebra, pero esos inconvenientes menores no constituían razón suficiente para cambiar su destino. Lo que en verdad le fastidiaba era el terror en los ojos ajenos. Deseaba entrar a los pueblos bajo arcos de triunfo, entre banderas de colores y flores, que lo aplaudieran y le dieran de regalo huevos frescos y pan recién horneado. Estaba harto de comprobar cómo a su paso huían los hombres, abortaban de susto las mujeres y temblaban las criaturas, por eso había decidido ser Presidente. El Mulato le sugirió que fueran a la capital y entraran galopando al Palacio para apoderarse del gobierno, tal como tomaron tantas otras cosas sin pedir permiso, pero al Coronel no le interesaba convertirse en otro tirano, de ésos ya habían tenido bastantes por allí y, además, de ese modo no obtendría el afecto de las gentes. Su idea consistía en ser elegido por votación popular en los comicios de diciembre. 

--Para eso necesito hablar como un candidato. ¿Puedes venderme las palabras para un discurso?--preguntó el Coronel a Belisa Crepusculario. 

Ella había aceptado muchos encargos, pero ninguno como ése, sin embargo no pudo negarse, temiendo que el Mulato le metiera un tiro entre los ojos o, peor aún, que el Coronel se echara a llorar. Por otra parte, sintió el impulso de ayudarlo, porque percibió un palpitante calor en su piel, un deseo poderoso de tocar a ese hombre, de recorrerlo con sus manos, de estrecharlo entre sus brazos. 

Toda la noche y buena parte del día siguiente estuvo Belisa Crepusculario buscando en su repertorio las palabras apropiadas para un discurso presidencial, vigilada de cerca por el Mulato, quien no apartaba los ojos de sus firmes piernas de caminante y sus senos virginales. Descartó las palabras ásperas y secas, las demasiado floridas, las que estaban desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de verdad y las confusas, para quedarse sólo con aquellas capaces de tocar con certeza el pensamiento de los hombres y la intuición de las mujeres. Haciendo uso de los conocimientos comprados al cura por veinte pesos, escribió el discurso en una hoja de papel y luego hizo señas al Mulato para que desatara la cuerda con la cual la había amarrado por los tobillos a un árbol. La condujeron nuevamente donde el Coronel y al verlo ella volvió a sentir la misma palpitante ansiedad del primer encuentro. Le pasó el papel y aguardó, mientras él lo miraba sujetándolo con la punta de los dedos. 

--¿Qué carajo dice aquí?--preguntó por último. 

--¿No sabes leer? 

--Lo que yo sé hacer es la guerra--replicó él. 

Ella leyó en alta voz el discurso. Lo leyó tres veces, para que su cliente pudiera grabárselo en la memoria. Cuando terminó vio la emoción en los rostros de los hombres de la tropa que se juntaron para escucharla y notó que los ojos amarillos del Coronel brillaban de entusiasmo, seguro de que con esas palabras el sillón presidencial sería suyo. 

--Si después de oírlo tres veces los muchachos siguen con la boca abierta, es que esta vaina sirve, Coronel--aprobó el Mulato. 

--¿Cuánto te debo por tu trabajo, mujer?--preguntó el jefe. 

--Un peso, Coronel. 

--No es caro--dijo él abriendo la bolsa que llevaba colgada del cinturón con los restos del último botín. 

--Además tienes derecho a una ñapa. Te corresponden dos palabras secretas--dijo Belisa Crepusculario. 

--¿Cómo es eso? 

Ella procedió a explicarle que por cada cincuenta centavos que pagaba un cliente, le obsequiaba una palabra de uso exclusive. El jefe se encogió de hombros, pues no tenía ni el menor interés en la oferta, pero no quiso ser descortés con quien lo había servido tan bien. Ella se aproximó sin prisa al taburete de suela donde él estaba sentado y se inclinó para entregarle su regalo. Entonces el hombre sintió el olor de animal montuno que se desprendía de esa mujer, el calor de incendio que irradiaban sus caderas, el roce terrible de sus cabellos, el aliento de yerbabuena susurrándo en su oreja las dos palabras secretas a las cuales tenía derecho. 

--Son tuyas, Coronel--dijo ella al retirarse--. Puedes emplearlas cuanto quieras. 

El Mulato acompañó a Belisa hasta el borde del camino, sin dejar de mirarla con ojos suplicantes de perro perdido, pero cuando estiró la mano para tocarla, ella lo detuvo con un chorro de palabras inventadas que tuvieron la virtud de espantarle el deseo, porque creyó que se trataba de alguna maldición irrevocable. 

En los meses de setiembre, octubre y noviembre el Coronel pronunció su discurso tantas veces, que de no haber sido hecho con palabras refulgentes y durables el uso lo habría vuelto ceniza. Recorrió el país en todas direcciones, entrando a las ciudades con aire triunfal y deteniéndose también en los pueblos más olvidados, allí, donde sólo el rastro de basura indicaba la presencia humana, para convencer a los electores que votaran por él. Mientras hablaba sobre una tarima al centro de la plaza, el Mulato y sus hombres repartían caramelos y pintaban su nombre con escarcha dorada en las paredes, pero nadie prestaba atención a esos recursos de mercader, porque estaban deslumbrados por la claridad de sus proposiciones y la lucidez poética de sus argumentos, contagiados de su deseo tremendo de corregir los errores de la historia y alegres por primera vez en sus vidas. Al terminar la arenga del candidato, la tropa lanzaba pistoletazos al aire y encendía petardos y cuando por fin se retiraban, quedaba atrás una estela de esperanza que perduraba muchos días en el aire, como el recuerdo magnífico de un cometa. Pronto el Coronel se convirtió en el político más popular. Era un fenómeno nunca visto, aquel hombre surgido de la guerra civil, lleno de cicatrices y hablando como un catedrático, cuyo prestigio se regaba por el territorio nacional conmoviendo el corazón de la patria. La prensa se ocupó de él. Viajaron de lejos los periodistas para entrevistarlo y repetir sus frases, y así creció el número de sus seguidores y de sus enemigos. 

--Vamos bien, Coronel--dijo el Mulato al cumplirse doce semanas de éxito. 

Pero el candidato no lo escuchó. Estaba repitiendo sus dos palabras secretas, como hacía cada vez con mayor frecuencia. Las decía cuando lo ablandaba la nostalgia, las murmuraba dormido, las llevaba consigo sobre su caballo, las pensaba antes de pronunciar su célebre discurso y se sorprendía saboreándolas en sus descuidos. Y en toda ocasión en que esas dos palabras venían a su mente, evocaba la presencia de Belisa Crepusculario y se le alborotaban los sentidos con el recuerdo de olor montuno, el calor de incendio, el roce terrible y el aliento de yerbabuena, hasta que empezó a andar como un sonámbulo y sus propios hombres comprendieron que se le terminaría la vida antes de alcanzar el sillón de los presidentes. 

--¿Qué es lo que te pasa, Coronel?--le preguntó muchas veces el Mulato, hasta que por fin un día el jefe no pudo más y le confesó que la culpa de su ánimo eran esas dos palabras que llevaba clavadas en el vientre. 

--Dímelas, a ver si pierden su poder--le pidió su fiel ayudante. 

--No te las diré, son sólo mías--replicó el Coronel. 

Cansado de ver a su jefe deteriorarse como un condenado a muerte, el Mulato se echó el fusil al hombro y partió en busca de Belisa Crepusculario. Siguió sus huellas por toda esa vasta geografía hasta encontrarla en un pueblo del sur, instalada bajo el toldo de su oficio, contando su rosario de noticias. Se le plantó delante con las piernas abiertas y el arma empuñada. 

--Tú te vienes conmigo--ordenó. 

Ella lo estaba esperando. Recogió su tintero, plegó el lienzo de su tenderete, se echó el chal sobre los hombros y en silencio trepó al anca del caballo. No cruzaron ni un gesto en todo el camino, porque al Mulato el deseo por ella se le había convertido en rabia y sólo el miedo que le inspiraba su lengua le impedía destrozarla a latigazos. Tampoco esta dispuesto a comentarle que el Coronel andaba alelado, y que lo que no habían logrado tantos años de batallas lo había conseguido un encantamiento susurrado al oído. Tres días después llegaron al campamento y de inmediato condujo a su prisionera hasta el candidato, delante de toda la tropa. 

--Te traje a esta bruja para que le devuelvas sus palabras, Coronel, y para que ella te devuelva la hombría--dijo apuntando el cañón de su fusil a la nuca de la mujer. 

El Coronel y Belisa Crepusculario se miraron largamente, midiéndose desde la distancia. Los hombres comprendieron entonces que ya su jefe no podía deshacerse del hechizo de esas dos palabras endemoniadas, porque todos pudieron ver los ojos carnívoros del puma tornarse mansos cuando ella avanzó y le tomó la mano. 

lunes, 29 de abril de 2013

Lucas Marti adelanta nuevo material

Les traemos novedades del creador del proyecto Varias Artistas, Lucas Marti El músico, productor y cantautor argentino compartió vía Twitter un adelanto de Rompehielos, su próximo trabajo, que será editado este año. La canción cuenta con Lucas Marti (guitarra y voz), Alejandro Carrau (Teclados), Diego Arcaute (Batería), Ezequiel Kronenberg (Bajo), Nicolás Pedrero (Guitarra) y Guillermo Mandrafina (Grabación y Mezcla). Para describir este tema (con un toque ochentoso y electrónico) que mejor que un fragmento de la letra ¿no? Dice: "Justo que se había abierto el cielo, no era un día oscuro para creerlo/El amor como el terror daban su lección los dos/Cerca a vos y a todos tus misterios frágil como en ese último encuentro/Para qué decirle adiós a alguien estará con vos aunque no haya espacio ni voz (...)". Sin más preámbulos, lo prometido:


viernes, 26 de abril de 2013

Recomendado del viernes: El puerto (Lart)

 El puerto

¿Cuántos amores ha visto desembarcar el puerto?
¿Cuántos que el puerto a despedido a voluntad?
¿Cuántos por mí?

Vienen y van como olas de mar
A veces revoltosas
Dejando la arena rota

Hoy tu navío en mis playas decidió encallar
¿Serás más fuerte que las olas del mar?
¿Serás navío que se queda a esperar?

Hoy tu navío en mis playas decidió encallar
Hoy eres navío que se quedara.
LART.


jueves, 25 de abril de 2013

Las ruinas circulares (Jorge Luis Borges)

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.

El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.

Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.

A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.

Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.

Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.

En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.

El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.

Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.

Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.

El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.

miércoles, 24 de abril de 2013

Hamacas al Río vuelve a los escenarios

Hamacas al Río vuelve a los escenarios porteños y, esta vez, en formato acústico junto a artistas invitados como Catalina Vin Band y Lula Mari. El último recital había sido el 23 de junio del año pasado en Ultra Bar en donde fue presentado el videoclip de 'Sin decir'. En esta ocasión, la banda liderada por Laura Ciuffo se estará presentando este domingo 28 de Abril a las 20:30hs. en "Vuela el Pez" (Córdoba 4379).
Para finalizar, les dejamos info sobre dónde conseguir los discos de esta gran banda:
  • ALMAGRO Otra lluvia - Bulnes 640
  • BELGRANO Lon - Cabildo2280
  • BERAZATEGUI Hatefull
  • BOEDO Frontera Boedo 755
  • CENTRO Abraxas - Santa Fe 1270 L 74 | Anthology - Santa fe 1670 | El agujerito - Maipú 971,Gal. del Este, loc. 10 | Magimusica - Corrientes 1644 | Oid Mortales - Corrientes al 1145 Loc. 17 | Thor - “Santa Fe 1670, Loc. 51″ | Zival´s - Callao [...]


martes, 23 de abril de 2013

Artista indie de la semana: La fama de la Dhamma

La semana pasada les adelantamos el material de la banda 'La fama de la Dhamma'. Pues bien, en esta ocasión les traemos más información de este proyecto formado por  Pia "Pipina" Arroyuelos (voz y pandereta), Lucía Gonzalez (batería), Leandro Sebastian Dibártola (bajo), Luciano Canelo (teclados) e Ivan Alsace (voz y guitarra).

La fama de la Dhamma, nace hace unos dos años en la ciudad de Punta Alta, cuando Leandro Dibártola (bajista) adquiere un bajo, y a través de algunas tardes de música con Ivan Alsace (guitarra, voz) comienza a gestarse la música que hasta hoy nos acompañaría. Tras una breve introducción por parte de Leandro, al bahiense Luciano Canelo (teclados), ya se formaba una banda, y estos tres integrantes tocaban por primera vez en una terraza. Con el paso natural del tiempo, estos tres buscaron algún baterista, de forma que tocaron junto a Pacheco Andres (batería), quien luego dejaría la banda. Se sumó entonces Lucía Gonzalez (batería), quien seria una mas de estos amigos. Sin haberlo pensado, se incorporó alguien mas a la banda, una segunda voz, femenina y delicada, Mercedez Calvo (voz), aunque tiempo después dejaría la banda. Es entonces cuando se suma a estos cuatro integrantes, la quinta y permanente hasta estos días, Pia Arroyuelos (voz, pandereta), formando así el quinteto que se representa como "La fama de la Dhamma".
 Bueno el nombre de la banda, se dio de una manera muy natural, siguiendo solo el curso de las corazonadas. Era propuesta de Ivan, utilizar de alguna forma, la palabra "fama" en el total de un nombre para la banda. Fama, extraído del latín "opinión", "rumor".
 Por otra parte, la palabra sánscrita, bien utilizada en el budismo, "Dhamma", se refiere a varios aspectos. Entre ellos: doctrina de liberación. Así es como ocurrió el nombre, y mas allá de lo que se lee entre lineas, esta frase, forma el juego de palabras "La fama de la Dhamma".
 ¿Cuáles son sus pasos a seguir? En palabras de ellos: "En cuanto a nosotros, lo que más nos gusta es viajar, sobre todo viajar. Difundir el disco que acaba de salir, conociendo gente, lugares. Luego apostar al álbum en formato físico, con la ayuda de todos, poder ubicarlo en circulación y expandir nuestra música por doquier.". Para finalizar, les compartimos su disco completo:



Más info en:




lunes, 22 de abril de 2013

Crítica: Delicioso paraíso (Por Pilar González)

La siesta de esta tarde de verano en el pueblo tiene la textura del vaho pegajoso que se levanta del agua podrida de las zanjas. Entre chicharras y otros insectos, un muerto se pudre a la sombra a la espera de un cajón. Y es que en este lugar olvidado del mundo ni los cajones llegan a tiempo, y ni qué hablar de la educación o el progreso. Delicioso paraíso tiene una escena inicial inolvidable, en donde una maestra gruñona corrige cuadernos con furia, indignada por el nivel de sus alumnos mientras su hermana –monumento al mal gusto- se depila el cavado, toma mate, mordisquea una manzana y come pan con mermelada alternativamente. Esa escena de casa humilde tan bien plantada da una idea del universo en el que se mueven las cuatro protagonistas de este melodrama provinciano con toques de policial. Con la llegada de la hermana de Buenos Aires, la tormenta comienza a esbozarse. Cae la noche, los grillos enloquecen y la porteña despliega ante las otras sus vestidos y sus chucherías de diseño. Cada una tiene una decepción guardada en el alma, tan guardada como la tía Dina, la cuñada libertina del muerto encerrada y olvidada por prevención.   

Las actuaciones son soberbias: posturas corporales, dicción, gestos, todo calza como un guante en la caracterización de las hermanas y su tía demente que baila cumbia de manera libidinosa. La relación entre los personajes está muy bien planteada, proponiendo un juego de ironías que redunda en diálogos plenos de lugares comunes, que van y vienen holgadamente entre la comicidad y el espanto. La trama es sencilla, y es allí en donde cobran fuerza esos pequeños pasos de esta comedia costumbrista del horror, en donde el muerto del placard descansa plácidamente sobre la cama, vestido con una camisa hawaiana y a la espera del entierro.

Delicioso paraíso es una invitación a sumergirnos en esa zanja de agua podrida, a bucear en las pequeñas miserias ajenas en busca de atisbos de luz, inteligencia y verdad. Todo será revelado a su tiempo, hasta la utilidad de esas flores de plástico que el público recibe al ingresar a la sala. En ese camino, y como en una procesión, las hermanas reconstruirán el árbol de esa estructura familiar deshecha, sólo para volverlo a tumbar.



Ficha técnica:

Delicioso paraíso, de Alejandra Rubio
Elenco: Alejandro Álvarez, Meme Mateo, Victoria Carambat, Paula Lemme, Goly Turilli y Maitina De Marco
Escenografía y vestuario: Maira Revollo
Luces: Diego Saggiorato
Asistencia de escenografía y vestuario: Mariela Reatco
Asistencia de dirección: Verónica Roux
Dirección: Alejandra Rubio

viernes, 19 de abril de 2013

Recomendado del viernes: Tierra de conejos (Luzparís)

Luzparís es una banda de rock experimental formada en Mar del Plata que está integrada por Diego Montoya en guitarra, teclado y voz, Hernán Légora en guitarra., Franco Niella en bajo, Matias Gonzalez en bateria y Rubén Montoya en guitarra y coros. En esta oportunidad, les presentaré su última obra 'Tierra de conejos'....

Tierra de conejos fue realizado durante 2009, y presentado finalmente en abril de 2010 en el Teatro Colón de mar del Plata, contó con la producción artística de Adrián CANU Valenzuela (Altocamet) y de los Luzparís .Él mismo fue grabado en diferentes estudios de la ciudad y la costa Atlántica por Adrián Valenzuela y fue masterizado en estudios “Puro Mastering” de la ciudad de Buenos Aires por Eduardo Bergallo. Es editado por Desde el Mar, sello independiente de la ciudad, y la distribución del sello independiente Sanedss discos (Capital Federal). El primer corte de este disco es la canción que le da titulo al mismo, para esto, fue realizado el rodaje del videoclip a cargo del director Marino Dawidson. En marzo de 2011 Tierra de conejos es editado en Alemania, mediante el sello independiente LICHT-UN ( licht-ung.de ).La edición fue realizada en discos de vinilo, versión full long play (LP) y una edición especial en discos de acetato (Transparentes), los cuales son distribuidos por el sello en las ciudades de Alemania y a través de su página web y, mediante envío postal, al resto de Europa.



Este disco instrumental cuenta con diferentes facetas a lo largo de sus ocho canciones con una indudable contundencia. Con diversas influencias que aborda géneros como el noise, el rock indie experimental y el post rock, los Luzparís ponen en evidencia su talento a través de esa solidez musical que, junto a su potencia e intensidad, nos deja con ganas de más. Sin más preámbulos, les dejo el álbum completo para disfrutar:



jueves, 18 de abril de 2013

Ping pong de noticias IV

Debido a la escasez de tiempo, la gran cantidad de material y nuestro fuerte compromiso con la difusión de los artistas emergentes, hacemos una nueva entrega de esta sección en ascenso 'Ping pong de noticias'. En esta ocasión se han contactado de Cd de México,  Bahia Blanca (Bs As) y CABA para enviarnos material de diversos proyectos. 

La fama de la Dhamma

Desde Bahia Blanca, nos envían el nuevo material que fue lanzado hace poco menos de un mes. Desde aquí lo compartimos para que ustedes lo puedan disfrutar.






Más info en:


3 bandas mexicanas, 3 historias diferentes

Desde el DF nos envían info de tres proyectos indie. Se trata de las bandas Coyoli, Capo y Belafonte. Para que se interioricen en su música, dejamos un tema de cada una.


El 19 de abril John Zorn, Serge Gainsbourg, Merzbow, Miles Davis, John Coltrane y Lhasa de Sela se presentan en el Festival de la Locura.



Capo:
El 1 de mayo Capo la banda se presentará en Caradura.

 
Belafonte Sensacional:





JotaEme nos envía material

JotaEme es un proyecto solista que inició Juan Manuel Duarte en el año 2008, luego de haber formado parte de la banda Cozmica durante algunos años. JotaEme se identifica como un guitarrista de blues y rock que ha adquirido una formación musical de tipo académica –estudió en el Conservatorio Municipal de Avellaneda-, y estudios de guitarra con Pedro Rodriguez y armónica con Luis Robinson (La Mississippi, Pappo´s Blues).
Su identificación musical está fuertemente arraigada a los exponentes del rock y el blues que marcaron el camino en los 60´s – 70´s a nivel mundial, entre ellos Janis Joplin y Jimi Hendrix, de los cuales JotaEme se pone en el lugar del “eterno alumno de estos dos maestros”, según sus propias palabras.








miércoles, 17 de abril de 2013

Artista indie de la semana: SobreViento

"Porque caemos con las cosas que nos atan cada vez más al suelo, y porque lo que escapa de nuestros ojos es siempre más bello que lo ya visto una y otra vez, decidimos arrojarnos en este impulso de sobreviento, para que así, quizá sin darnos cuenta, la música se haga poema en el aire y en el aire vibre nuestro tiempo." Con estas palabras se presenta Sobreviento, proyecto oriundo de Buenos Aires. A continuación, más sobre ellos...
SobreViento esta conformado por Flor Wosh (Voz), Seba Verdún (Bajo), Pablo Boyé (Guitarras) y Jordan Zagatti (Batería). Si uno se pone a rastrear el embrión creacional de este proyecto, se puede encontrar en voz de ellos la definición de su obra. Dicen: "En el impulso insatisfecho de llenarnos de música que siempre quisimos escuchar decidimos crearla nosotros a partir de febrero del 2012, cuando comenzamos a armar lo que fue nuestro primer Show (y presentación del E.P) con la intención de contar una historia, un concepto." 

Con diversas influencias principales de las formaciones del rock (nacional e internacional) de los 70, como Led Zeppelin, Pescado Rabioso, Aquelarre o Invisible, ellos tratan de concebir la música, las canciones, como un hecho artístico, tanto en lo que refiere a lo estrictamente musical, como en lo lírico, en lo estético. Su apuesta por la belleza que puede hacerse a través de la creación de canciones, ellos tienen siempre presente el trabajo hecho a finales de los 60 y durante los 70, principalmente. Como dicen ellos, no se trata de imitar o hacer lo mismo que se hizo entonces ya que proponérselo no sólo sería inútil sino además un terrible gesto de soberbia. Ellos entienden que yendo a ese pasado y trayéndolo a este hoy se pueden hacer cosas interesantes, es decir, se puede tomar algo de ese legado, aunque sea algo muy pequeño.  Para finalizar, les dejamos un adelanto de su material que pueden encontrar en Souncloud.




Más info en:

martes, 16 de abril de 2013

Cuento corto: El reflejo (O. Wilde)

Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al río gotas de agua para llorarlo.

-¡Oh! -les respondió el río- aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.

-¡Oh! -prosiguieron las flores de los campos- ¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso.

-¿Era hermoso? -preguntó el río.

-¿Y quién mejor que tú para saberlo? -dijeron las flores-. Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza...

-Si yo lo amaba -respondió el río- es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.

lunes, 15 de abril de 2013

Gastón Massenzio estrena nuevo material

Gastón Massenzio ya fue parte de nuestra sección 'Artista independiente de la semana' hace unos meses atrás. En esta ocasión, se contactó nuevamente con nosotros para enviarnos su nuevo material, Lapsus, el cual tenemos el gusto de presentarles...

El disco está compuesto por diez temas de su propia autoría que oscilan entre letras en inglés y castellano. El álbum comienza con 'Inside the fire', un acústico calmo que nos adentra de pleno a un clímax de paz que continúa con 'Together' y 'Smile'. Con 'Pill', si bien el beat es más ligero, no pierde el concepto del disco. Es decir, continúa con la idea de sostener un sonido limpio, prolijo y certero. Los arpegios de 'On the road' le dan otra dinámica y cierta atmósfera otoñal que se ve también en los siguientes temas hasta llegar a 'Juventud' que tiene un gran final que nos transmite un dejo de melancolía y recuerdos. En definitiva, es un disco que desde aquí recomendamos escuchar principalmente porque es ideal para estas tardes otoñales de abril y porque, sin dudas, Gastón sabe transmitir de forma eficiente su amor a la música.




Datos del álbum:

1. Inside The Fire 02:50
2. Together 02:55
3. Smile 02:45
4. Pill 03:17
5. On The Road 03:43
6. Lyd 04:28
7. Under The Sun 02:05
8. La Distancia 03:19
9. Grey Way 02:58
10. Juventud 04:09

Todos los temas compuestos y arreglados por Gastón Massenzio

Producción: Hernán De Micheli y Gastón Massenzio
Grabado, mezclado y masterizado en Sonorico Estudio por Hernán De Micheli
Arte de tapa: Leonardo Cavalcante
Fotografía: Cristian Maeda

Editado por Fuego Amigo Discos

Músicos Invitados

Fernando Kabusacki: guitarra eléctrica (Inside The Fire, La Distancia y Juventud)
Lucas Herbin: batería (Inside The Fire, Pill, Together, La Distancia y Juventud)
Hernán De Micheli: programaciones, arreglo de cuerdas (Under The Sun) y Bajo (Inside The Fire)

sábado, 13 de abril de 2013

Crónica: The Cure en Argentina

¿Qué decir del recital de The Cure? Arribé al Monumental a las 20.40 y me hice paso entre la gente para llegar a los pasillos. En ese trayecto tan esperado, decidí subir los escalones de dos en dos, de a tres...con la ansiedad que ya hasta entonces dejé de dominar. Al llegar a la cima, la primera imagen que tengo son las estrellas brillantes sobre el escenario desplegado. Me siento y ya empiezo a palpitar lo que se vendrá...


Suenan los primeros acordes. Es Plainsong, la piel de gallina empieza a brotar de mi cuerpo. Ahora me atreveré a relatar los hechos por desorden de aparición. Apareció la serie de hits certeros como Lovesong, In Between Days, Just Like Heaven, Pictures of You, Lullaby y, por supuesto, Friday I'm in love (ese tema que los fanáticos saltean en su playlist pero que hace saltar al oyente pasajero). Esta serie hitera fue un mensaje al público, una manera de decir 'si piensan que esta es nuestra artillería más pesada, tenemos más'. Personalmente deliré con Charlotte Sometimes y Bananafishbones, canté un infinito 'And again' en A forest (hasta quedar al borde del dolor de garganta), sentí el pulso a mil con From the Edge of the Deep Green Sea, Primary y Play for Today...Y lo mejor es que recién empezaba. Luego, Trust le daba esa pausa y ese momento de goce emocional a la primera parte del recital que explotó con One Hundred years. Cerrando la primera parte, Robert y cia. hicieron una versión soberbia de Disintegration, el himno Cure. Tras una espera de 5 minutos, The Cure regresó al escenario para darle forma a los primeros bises que fueron The Kiss, If Only Tonight We Could Sleep (con una gran performance instrumental) y Fight. Tras este último tema, los Cure se retiraron del escenario nuevamente. Aquí viene la peor parte. No por la forma que tocaron sino porque fueron los últimos temas. Dressing Up, la pegajosa The Lovecats, la atractiva y eclética versión de The Caterpillar y el hit Close to Me daban paso a una seguidilla de bailables como Hot Hot Hot, Let's Go to Bed y Why Can't I Be You?. Y tras el éxtasis del público, para cerrar una noche redonda, Boys Don't Cry, 10:15 Saturday Night y Killing an Arab dieron pase al final de un sueño hecho realidad. Pensé que se me iba a hacer más fácil escribir la crónica de este show pero todavía busca las palabras para describirlo. En resumen, 3 hs de delirio, 40 temas y una banda que suena a nivel superlativo. La magia sigue intacta...y yo aún no caigo. Lo esperanzador el 'I'll see you again' de Robert al final. Al menos se lo vio contento y tuvo un desenlace diferente al '87.

Escrito por Claudio D. Gómez
 Lista de temas:
  1. Plainsong
  2. Pictures of You
  3. Lullaby
  4. High
  5. The End of the World
  6. Lovesong
  7. Push
  8. In Between Days
  9. Just Like Heaven
  10. From the Edge of the Deep Green Sea
  11. Sleep When I'm Dead
  12. Play for Today
  13. A Forest
  14. Primary
  15. Bananafishbones
  16. Charlotte Sometimes
  17. The Walk
  18. Mint Car
  19. Friday I'm in Love
  20. Doing the Unstuck
  21. Trust
  22. Want
  23. Fascination Street
  24. The Hungry Ghost
  25. Wrong Number
  26. One Hundred Years
  27. Disintegration
  28. The Kiss
  29. If Only Tonight We Could Sleep
  30. Fight
  31. Dressing Up
  32. The Lovecats
  33. The Caterpillar
  34. Close to Me
  35. Hot Hot Hot!!!
  36. Let's Go to Bed
  37. Why Can't I Be You?
  38. Boys Don't Cry
  39. 10:15 Saturday Night
  40. Killing an Arab