miércoles, 11 de septiembre de 2013

Nos despedimos (Por Agustín Márquez)

Alguna vez en nuestras vidas tenemos la obligación —e incluso la necesidad— de despedirnos. En ella siempre hay un hasta ahora, un hasta luego, un adiós, un hasta siempre. Nos separamos de alguien o algo, de alguno o alguna, o de todos. A veces lloramos su ausencia porque se va una parte de nosotros por un tiempo o «para siempre». Otras veces reímos su marcha, pues sabemos que comienza para ella o para él un nuevo periodo de gracia. En algunas despedidas sabemos que habrá un reencuentro, alguno más terrenal, otro más divino, sin embargo en otras no es posible hacer coincidir el paraíso y el infierno, el hoy y el ayer, el futuro y el mañana.

          Sentimos pena por aquél que se va, frustración, alivio, o alegría, pero en realidad quizás ese sentimiento sea algo más egoísta de lo que creemos, y lo que sentimos es para con nosotros. Nos alegramos por su marcha porque nos liberamos de alguna carga: el presente nos hace libres. Lamentamos su despedida porque nuestras circunstancias cambian, comenzamos a vivir sin ello, ahora «yo soy yo y mis circunstancias (sin ella, ello o él)». Sin embargo, a pesar de las alegría o las penas, de las viejas o nuevas circunstancias, una despedida es una oportunidad, un comienzo, en realidad es un nuevo encuentro de nosotros mismos sin aquél, aquella o aquello de quien nos hemos despedido.

 Por Agustín Márquez