domingo, 27 de noviembre de 2011

Perturbado: Crónica de un oficinista

Cuando uno viaja en colectivo no puede evitar escuchar historias ajenas. Inevitablemente se filtran en nuestro oído, y muchas veces, se encuentran cosas interesantes. He aquí la historia de un oficinista que se quejaba de su día.

Desperté. Un rayo de luz se escapaba por la ventana. Miré el reloj y vi que eran las 5. Aún faltaban dos horas para que mi rutina empezara. Quise volver a dormir pero mi mente se rehusaba a callarse y dejarme descansar. Había sido otra vez el mismo sueño. Bueno, no precisamente el MISMO pero parecido. Al menos los personajes eran los mismos. Aparecías vos. Sí, vos. Era curioso porque era en lugares extraños  en donde yo te encontraba. Una mezcla de realidades. La conversación oscilaba entre el escepticismo y la arrogancia. Ninguno de los dos quería dar el brazo a torcer. Pero siempre en el momento que parecía haber un cambio de actitud algo me despertaba.  Estaba harto de recordar aquella maldita noche otoñal, siempre atravesando diferentes pasadizos tratando de buscarte y pensando en que no escaparías… otra vez volvía a creer en lo imposible, más allá de que mi ego dictase lo contrario. Y por supuesto volvía a perder en esa lucha. Parecía que no lo quisiese admitir.
Por inercia llegué a la oficina..
Mientras sacaba conclusiones, mejor dicho, intentaba decodificar el sueño, el reloj sonó. Vaya manera de comenzar el día. Ni me había despegado de mi cama que ya me sentía perturbado. Como si sirviese de algo, procuré levantarme con el pie derecho. Luego, en un abrir y cerrar de ojos me encontré en el bus. Por inercia llegué a la oficina. Ordené los ficheros, simulé algunas sonrisas a aquellos compañeros  tan detestables, almorcé, fui a una de las tantas reuniones sin  sentido, y fingí estar enfermo para no ir al after office. ¡Como si quisiera socializar con esos idiotas! Mejor dicho ¡Como si existiese la posibilidad de formar una amistad allí! Después de todo, hacían todo lo posible para obtener mi puesto. Tomé el subte para volver rápidamente a mi casa. Llegué y mi perro me recibió con alegría. Mi perro. En él podía confiar. Encendí la radio y cuando me acosté para leer, sonó el maldito teléfono. Era una amiga. Era muy raro, siempre llamaba, siempre me quería ver. Y yo siempre la ignoraba. No tenía ganas de verla. La conversación era siempre monótona y repetitiva, no había nada interesante para decir, al menos con ella. Además, ahora que le iba bien, todo el día hablaba de sus cosas y, sinceramente, tanta positividad me daba alergia. Obvié algunas cosas que me habían pasado y dije que estaba todo bien. No me entendería, hubiese sido una pérdida de tiempo. Leí un rato pero había perdido la concentración. Lo mejor era leer cuando estuviese más tranquilo. Encendí la pc para revisar mails. Fue en vano. Sólo había algunos spams y mensajes del trabajo. La apagué y decidí tocar el piano. No estaba muy inspirado así que decidí acostarme. Otra vez el teléfono. Era otra de mis amigas. La cual francamente me quitó el sueño. Sus frases me dejaron pensando toda la noche. Insomnio, otra vez. Cuando por fin logré dormir, apareciste otra vez en el sueño. Otra vez. Sería empezar el día perturbado una vez más. Y con lo que eso conlleva…




Escrito por Claudio Gómez