La película narra la vida que lleva Carlitos, junto a su mamá, su abuelo y hermano en un pueblito de Ecuador. El mágico y elogioso montaje que posee, condensa tres años de vida del protagonista en 60 minutos sin desperdicio. En él podemos ver al protagonista en el trabajo, en la maestra, en su domicilio ordenando su habitación y en diferentes situaciones que lo obligan a sociabilizar con la comunidad. Es muy interesante la posibilidad que nos brinda el director de ingresar a su micromundo y observar, cual moscas entrometidas, las diferentes prácticas que lo constituyen como persona (por ejemplo, la más resaltada en el film: la religión), las dificultades por las que pasa día a día y la manera de afrontarlas.
Lo positivo del film es que el director logró realizar un producto sensible, pero sin caer en la morbosidad o el golpe bajo. El espectador puede introducirse en la vida del protagonista, sentir su realidad y hasta quizá emocionarse, pero la lástima nunca aparecerá en ese abanico de sensaciones posibles. Lo que si logra el director es sacar un destello de ansia revolucionaria de nuestros corazones, haciendo que nos vayamos del cine reflexionando acerca del cambio que hace falta en esta sociedad, en la que las diferencias están marcadas, las minorías son discriminadas y hace falta mayor inclusión.
Por Zoé Lavalle