Los pensamientos más impuros invaden mi mente cuando me acerco a ofrecerle la hostia. Me angustia saber que es el único momento en el cual la puedo tener tan cerca. Es un momento tan efímero y tan satisfactorio a la vez...
Al anochecer, se inmiscuye en mis oraciones y me dispersa. Encanta a los ángeles para que su recuerdo me persiga día tras día.
Su rezo es un idílico murmullo. Sus manos entrelazándose debajo de su mentón y su risa contenida por la desafinación de los cantores sacros me hace estremecer.
No sé si quiero contarle lo que realmente siento. Prefiero engañarme. Seguiré recibiéndola con una encubierta adoración. La reverenciaré en la clandestinidad.