Moría de calor. Me faltaba el aire. Todas las noches, al finalizar el
espectáculo, él me arrojaba a su maletín sin pensar en el dolor que me podría
llegar a causar el impacto.
Suspiraba. Pensaba en todo lo que podría hacer si mi vida no dependiera de esos frustrantes hilos. Si mágicamente se gastaran y me dejaran caer al suelo, me sentiría digno y libre. No sería más esclavo de sus pretensiones; no sería más un medio; no sería más un obrero de éxito ajeno.
¿Y si los hilos condicionaron mi pensar? ¿Y si caer y despojarme de los hilos significaría darme cuenta de mi potencial? Quiero dejar de ser el reflejo de otro.
Mis compañeros de escenario estaban hechos retazos. Sus rostros no tenían expresiones. No había perspectiva en sus miradas.
Escuché como mi dueño abrió lentamente el maletín y con un gesto de desaprobación me sacudió el polvo del cuerpo. Me acercó hacia la altura de su ceño y me evaluó altanero. Luego, hizo una mueca de aflicción y se dirigió conmigo hacia la cocina.
Rápidamente precipité sobre un colchón de sobras y contemplé mi alrededor tratando de encontrar nuevos compañeros pero nadie se encontraba allí. Me situé en un rincón y esperé su próxima aparición.
Estoy preparado, ya ha pasado un buen tiempo desde que no lo veo a mi marionetista pero sé que mi próxima aparición en escena será inolvidable. Me desharé de su poderío y protagonizaré sin su dominio. Entretendré, me llevaré todos los aplausos y seré feliz.
Escrito por Anabella Calioglu
Página web de la escritora: www.lluviacafe.blogspot.com