miércoles, 30 de enero de 2013

Jugando al amor (Agustín Márquez Díaz)



Se los ve a los dos cruzando por el paso de cebra, la lleva agarrada por la cintura, caminan los dos en silencio; a él se lo ve feliz, andando junto a ella, que está pensativa, con los ojos perdidos en el horizonte. Le pregunta qué le ocurre, pero no recibe respuesta, insiste en su preocupación, pero ella no tiene ganas de hablar, ha tenido otro mal día, ha estado otra vez todo el día encerrada en la habitación, sin salir, sin poder hacer nada, esperándole para poder ir a comprar el conjunto que él había prometido. Está cansada de sentirse una mujer objeto, siempre a la espera, asfixiada entre cuatro paredes, sintiendo como cada día su espíritu se desinfla un poquito más. Ella se siente amada, pero sabe que algún día, él la puede cambiar por otra, pues el tiempo se encargará de acabar con toda su belleza.

Suben la calle de la Fantasía, hacia su pequeño palacio de 50 m2, suficiente para los dos. Ella ocupa poco espacio, escasamente un armario, un lugar en el sofá y un lado de la cama. Pero también es cierto que vive a cuerpo de reina, no cocina, no plancha, no lava, se pasa los días mirando por la ventana o mirando al techo, aburrida de no hacer nada, aburrida de su vida estática. Supone que como todas las personas, los fines de semana son más divertidos, hacen muchas cosas juntos, van al cine, salen a cenar, dan largos paseos por el parque, quedan con los amigos, no paran mucho en casa. 
Giran la esquina, se cruzan con otra pareja que van discutiendo sobre si es más fiel a la realidad la apología de Sócrates de Platón o de Jenofonte... Difícil decidir con cuál de los dos se está de acuerdo. De repente, dejan su disertación, se giran hacia ellos y se comienzan a reír. Ya están acostumbrados a esa reacción, y ellos saben que no son la típica pareja, son conscientes de que son especiales. Por fin, llegan a su hogar, donde estarán ocultos de todas miradas, donde podrán ser ellos más que nunca.
Al entrar por la puerta, la abraza, la rodea con sus brazos y le da un beso en sus labios, comienza a quitarle toda la ropa, le quita poco a poco la bufanda, mientras la besa el cuello la va desabrochando el abrigo, la continúa acariciando el cuello con la punta de su lengua, la desabrocha el jersey, botón a botón, lentamente, se lo quita, pasa la yema de sus dedos por sus senos pequeños y redondos. Continúa besando el lóbulo de su oreja, mientras él se quita toda su ropa de abrigo. Desabrocha lentamente el pantalón que lleva ella, un pantalón vaquero que esconde tras de sí unas nalgas y unas piernas perfectas.
Le desabrocha el sostén que deja al descubierto todo su busto. Continúa besando su cuello, baja despacio hasta llegar a sus pechos, los da forma con la punta de su lengua, pasa de uno a otro, mientras tanto acaricia con sus manos su espalda hasta llegar a su cuello. Ella ya siente la pasión, y él desea hacerle el amor de pie junto a la puerta de su castillo, la coge de sus nalgas, se pasa las piernas de ella por su cintura, y él comienza a sentirse dentro de ella. Permanece silenciosa...
Después de su apasionado encuentro, se duchan juntos y se van a la cama, él le habla sobre su día, le cuenta el día tan triste que ha tenido en el trabajo, las ganas que tenía de verla, sabe que sin ella no es nada. Pero ella sigue muda, no quiere hablar, quizás no se encuentre animada para mantener una conversación, quién sabe. Se gira sobre ella, se acerca a su oído y la dice: “te quiero”; y así se duerme, abrazado a la mujer que él ama: su muñeca hinchable.